Estar 'siempre activos' aparece como un imperativo categórico de nuestro tiempo, que va desde los niños híper estimulados hasta los mayores súper ocupados, sin que resulte tan claro su sentido.
La actividad puede ser un direccionador de deseos e intereses personales; un objetivo que permite dotarnos de bienestar psicofísico, o hasta encontrarse tan vacía de contenidos, que se convierta en un “hacer por hacer”, donde el único mérito pareciera residir en sentirse ocupado.
Las propuestas de vida para los adultos mayores cambiaron radicalmente en las últimas décadas. Las imágenes y relatos que ubicaban a la vejez como un momento altamente diferenciado de otras etapas, con pocas actividades, menos contactos y con un ícono emblemático, el del anciano calmo y sentado en la mecedora, parecen antiguos y desactualizados. Las representaciones sobre la edad, como de género, dejaron de ser evidentes y mucho menos exigibles. En este cruce de representaciones novedosas encontramos una nueva propuesta: el envejecimiento activo.
De las mecedoras pasamos a otro cuadro, altamente representativo de esta época, las piscinas con mujeres mayores sonrientes haciendo acua gym. Imagen que en generaciones anteriores hubiese parecido desubicada o hasta atrevida. Por ello, la pregunta sobre la actividad debería permitirnos reflexionar acerca del sentido de la misma y la oportunidad de elegirla.
La propuesta del envejecimiento activo es, sin duda, la resultante de una serie de cambios históricos que han afectado las trayectorias individuales. La jubilación produce la pérdida de una ocupación obligatoria, de gran extensión temporal y exigencia, frente a la cual realizar actividades y determinar cuántas o cuáles, se convierte en una elección más personal, para la que no siempre estamos preparados. Cuestión que podría desnudar la carencia de proyectos confundida con la falta de actividades.